El legado de Juan Formell está vivo y en mí, en su familia,
en esos músicos que forman parte indispensable de ella. Y ahí estamos, 50 años
después, defendiendo a capa y espada a la Isla de nuestros amores, porque Van
Van es el pueblo de Cuba; su insignia. Lo dice con orgullo y en exclusiva a JR
el director general de «el Tren de la música cubana». Interesante entrevista
realizada por el colega José Luis Estrada Betancourt.
«¿Que si extraño a mi padre? Mucho, demasiado. Cada día, en
cada paso que doy. Él está en cada concierto, en cada triunfo de Van Van. Por
eso Robertón tiene la responsabilidad de saludarlo en medio de nuestras
presentaciones, de recordar al gran Juan Formell: el creador, el genio, el
musicazo, el autor de los éxitos de Cuba, el líder, el amigo, el mejor padre
del mundo, la luz...».
Samuel Formell habla y no hay tristeza que le tambalee la
voz, que le bloquee la garganta. Menciona su nombre y los ojos se vuelven
soles. Se pone la mano en el hombro y descubro en su gesto la intención de
querer apresar la de su padre, que, siento, lo acaricia y permanece inmóvil a
su lado. «No existe manera de que podamos olvidarlo: por el abrazo de todos los
días, por su don de persona, su palabra sabia; por esa naturaleza suya de
querer compartir con los demás, por sus chistes simpatiquísimos, por la energía
positiva tremenda que lo rodeaba...
«Yo me sentaba al piano y le decía: “mira este tumbao”.
“¡Qué bueno está eso, mi chama!”. Era parte de nuestra rutina, de nuestra
conexión. Me bastaba observarlo para adivinar sus deseos, para encaminar la
idea que le alborotaba en la cabeza... Echo de menos su sonrisa, su arte para
componer, para dar siempre en el clavo, para traducir en música la gracia del
cubano, nuestra sabrosura, nuestra idiosincrasia. Echo de menos sus consejos...
«Me recalcaba una y otra vez: “No dejes que la fama te nuble
los sentidos y te conduzca a dejar de ser tú. El éxito de Van Van también tiene
que ver con la sencillez, con nuestra humildad”. Me enseñó que cuando se lleva
una vida pública como artista, hay que aprender a enfrentar la popularidad, a
escuchar las opiniones de la genta y a tirarte de buena gana y sonriente la
foto que te piden, aunque estés muerto de cansancio, sin ponerte bravo; cuidar
tus estados de ánimo, intentar que se queden en casa los problemas de la casa.
“Te toca darlo todo por ese público que siempre ha estado ahí y viene a
apoyarte, a entregarte su calor”, repetía para que no se borrara jamás de mi mente».
Van Van es el pueblo de Cuba; su insignia. Así lo consiguió
Juan Formall, su fundador. Foto: Iván Soca.
‒¿Cómo era vivir en una casa respirando el mismo aire que
Juan Formell?
‒Una maravilla. ¿Te imaginas tener el privilegio de recibir
toda esa música, ese legado, desde niño? Mi madre, Natalia Alfonso, era
bailarina de tap. Cuando se enamoraron, mi padre tocaba el bajo en el Habana
Libre, como parte de la orquesta de Juanito Márquez. En aquel momento solo
había nacido mi hermano Juan Carlos. Mi mamá era una especie de vedette:
trabajaba en la televisión, en Tropicana, en el cabaret Las Vegas, viajó mucho
representando a Cuba... Se dice que aquí no hubo mejor bailarina de tap que
ella, creo que de ahí vino mi apego eterno por la percusión.
«Aparecí en este mundo en 1967, y los Van Van se fundó en el
69. A mi hermano, tres años mayor, mi abuela lo acogió para que mis padres
pudieran seguir trabajando. Mi mamá me contaba que ella estuvo bailando tap
hasta casi los siete meses de embarazo. No resulta extraño, como te dije antes,
que la percusión me arrebate (sonríe). Por otro lado, crecí viendo a mi padre
componiendo sus canciones, en sus descargas...
«Es muy curioso, porque nunca copié una canción para
aprendérmela, sin embargo, me las sé de memoria, incluso las de los 70, a pesar
de que entonces tendría cinco o seis años. Lógico: esos temas mi papá los
tocaba primero en la guitarra, justo en el momento en que yo correteaba por
toda la sala; y después me veo jugando o metido en el estudio de grabación
mientras él está montándolos o cantándoselos a Armandito Cuervo, Pedrito Calvo;
a José Luis Martínez, a quien primero se le escuchó Marilú... Igual me quedaba
alelado con aquel long play de vinilo que no paraba de dar vueltas en el
tocadiscos, pariendo canciones..., que se repetían 300 veces al día para que
los músicos de la orquesta las oyeran, dieran sus criterios... Podían llegar
primero Gerardito (Gerardo Miró) y Pupy (César Pedroso), que siempre andaban
juntos, luego los violinistas, o El Yulo (Raúl Cárdenas) y Changuito (José Luis
Quintana), José Luis Cortés (El Tosco), Julio Noroña, Miguel Ángel Rasalps (El
Lele)...
El guaguancó Somos cubanos (Llegó Van Van) fue la carta de
presentación de Samuel Formell como compositor.
«Era una época en la que mi padre componía constantemente.
Le doy gracias a la vida por haber nacido en los 70, por haber sido testigo de
los gloriosos 80, porque esa influencia musical fue notable para quienes
después estudiamos la técnica en una escuela. Fue una bendición disfrutar de
tanta buena música desde temprana edad, empezando por la cubana, a lo cual se
añadía que mi papá se volvía loco por Elvis Presley, los Beatles, el rock and
roll, mientras que a mi madre le fascinaba el jazz, lo cual nos permitió
completar una cultura musical de alto nivel.
«Jamás he podido olvidar cuando, con cinco años de edad, mi
padre me llevó a Santiago de Cuba a los carnavales, en un tiempo en que estas
fiestas eran tremendas. Quedé hechizado con los tambores, con la percusión...
lo mismo me pasaba durante los ensayos, o cuando iba a los estudios de
grabación, a los conciertos...
«Recuerdo asimismo que me paraba mucho detrás de Changuito.
Aquella increíble polirritmia me llamaba enormemente la atención. Lo veía
difícil, tan complicado y, a la vez, tan excitante. “¿Cómo puede hacer tanto
con las manos, con los pies?”, me preguntaba por dentro. Para mi carrera fue
determinante estar tan cerca de ese gran maestro; haber tenido la oportunidad
de verlo tocar en sus momentos de plenitud absoluta. Sin darme clases
directamente (solo una de timbal y de danzón), fue una escuela esencial para
mí.
«Cuando matriculé en la escuela de arte, etapa en la que me
mudé también con mi abuela paterna, mi hermano me llevaba tres años de ventaja
con su bajo y su guitarra, lo cual constituyó un impulso tremendo. Fue él quien
descubrió mi musicalidad. “¿No te gustaría estudiar música?”, quiso saber un
día en que le aseguré que lo mío era la percusión, la batería. “Vamos a hablar
con pipo para que te hagan las pruebas”, y corrió a contárselo. “¿Estás
seguro?, ¿él te lo dijo?”. Para esa fecha contaba con 11 años».
—¿Cómo te fue en los estudios?
—Entré por trompeta, pues no había plazas para percusión,
sin embargo, me gustaba tanto que luché por ella; en segundo año lo conseguí.
Ya mi hermano estaba en el Conservatorio Amadeo Roldán y empecé a visitar su
escuela, donde me encontré con Roberto Concepción, notable percusionista y
profesor, a quien le agradezco un mundo, pues al enseñarme una técnica
diferente, logró que mi interés natural creciera hasta el infinito. A partir de
ese momento tuve la seguridad de que ese deslumbramiento primero se había
convertido en amor profundo.
«Supe desde entonces que haría el sacrificio necesario para
ser buen músico, siguiendo el consejo que me diera mi padre: “en lo que hagas
en la vida, lo que decidas, busca ser el mejor”. También me enseñó (y aprendí
además de muchos músicos exitosos) que en esta carrera es esencial tratar de
hallar un estilo propio, única manera de que alguien con los ojos cerrados te
reconozca: ¡Ese es Samuel! Es lo que sucede con Chucho Valdés o pasaba con mi
padre y su modo de tocar el bajo.
«Siempre me gustó estudiar, todavía me gusta, no puedo dejar
de hacerlo. “Hay que estar arriba del instrumento, no dejarlo descansar”, les
insisto a mis alumnos, cuando me invitan a universidades para impartir lo que
llaman percussion clinics, en este caso de música cubana, o para que hable de
las influencias de Changuito y les enseñe mi estilo tocando a la vez dos instrumentos:
el timbal y la batería.
«Comprendí que solo estudiando diariamente se puede mantener
un nivel elevado. Parece sencillo pero no es así. Casualmente acabo de
extraerme líquido de los hombros y hace cuatro años me sometí al proceso de
células madres, que nuevamente me quieren repetir. Me atiendo en el Cerro
Pelado. Son 52 años los que tengo encima y debo mantenerme físicamente bien,
porque hay conciertos en los que puedo bajar hasta un kilo».
—Ahora que lo mencionas: ¿qué tiempo puede durar un concierto
de Van Van?
—Bueno, hemos hecho conciertos incluso de hasta tres horas y
50 minutos (el más largo). Normalmente, como mínimo, tocamos dos horas en una
plaza, aunque los contratos son de 90 minutos. Justo por esa razón debes estar
en forma, tanto en el estudio del instrumento como desde el punto de vista
físico. No puedes jugar con eso. Cuando hay trabajo al otro día, debes
comportarte como un deportista de alto rendimiento: nada de salir para la calle
a tomarte un trago, porque luego te lo sientes, ¡y cuando te vas haciendo más
viejo es peor! (sonríe).
—Duro, pero ha valido la pena, ¿no?
—No me quejo de las grandes satisfacciones que me ha dado
esta carrera: la primera, ser parte de Van Van, con razón llamado el tren de la
música cubana. Pero también me he ganado que me convoquen reconocidas compañías
de instrumentos a escala mundial, como la Drum Workshop (también conocida como
DW Drums o DW), fabricante de una de las tres mejores baterías del mundo, o
como Yamaha, con la cual estuve firmado por casi cinco años.
«DW me entregó, además de la que utilizo para mis conciertos
en vivo, una batería especial (solo creó dos) confeccionada con la madera de un
árbol que se extinguió. Ocurre gracias a los resultados del trabajo, a la
dedicación, al estudio constante, porque algo así (todos soñamos con poseer un
buen instrumento y a veces se nos dificulta pagarlo porque son muy caros)
únicamente se da si eres bueno.
Con frecuencia Samuel Formell es invitado a universidades
del mundo a impartir lo que llaman percussion clinics.
«Te explico además que las compañías que se encargan de los
muebles de baterías no son las que elaboran los platillos (Zildjian), los
parches (Remo) o las baquetas (Big First)... Sin embargo, he tenido la dicha de
que todas me hayan elegido, incluyendo LP (Latin Percussion), y que además
ellas mismas, que casi siempre trabajan en conjunto, se responsabilicen con
armarme el calendario de año y organizarme las percussion clinics o las
masterclass, que he impartido en Boston, en la Berkeley, en la Universidad de
Uruguay, en Argentina, México, Los Ángeles, Chicago; en el North Sea Jazz
Festival, de Holanda, donde mi presentación también tuvo que ver con el piano,
la armonía, la música cubana, los tumbaos: esa otra parte de mi carrera
relacionada con el compositor, el arreglista, el productor musical...».
—¿¡Hasta de piano!?
—Son las ventajas de haber estudiado piano por obligación
(sonríe), o al menos es lo que uno piensa con su inmadurez al principio;
después comprendes que resulta una herramienta fundamental de trabajo, una base
esencial para un músico. Para mí, la de Cuba constituye una de las más grandes
escuelas de enseñanza del arte que existen, porque es muy completa, por el
rigor, por su claustro extraordinario.
«Lo interesante es que luego muchos terminamos tocando
música popular o jazz, aunque hayamos estudiado música clásica. Por lo general
no sucede así en el mundo, porque se trata de una carrera muy cara. Ello
explica el elevadísimo nivel que se percibe aquí en la música popular, por la
técnica que desarrollan sus intérpretes y por los sólidos conocimientos
musicales que poseen. Se nota la diferencia, digamos, con la salsa que
normalmente se cultiva en Puerto Rico, Nueva York, Colombia, Lima...: buena
música igual, pero la nuestra es más rica, tiene más técnica.
«Ha ocurrido algo muy curioso: muchos reconocidos pianistas
cubanos de la actualidad, tanto radicados aquí como fuera de la Isla,
estudiaron percusión en realidad. Es el ejemplo del jazzista Alexis Bosch; de
Tony Rodríguez, de Havana D'Primera; de Javier “Caramelo” Massó, que vive en
España y es otro jazzista de primera línea (por cierto, estudiamos juntos); de
Boris Luna, nuestro tecladista; de Miguel Ángel de Armas “Pan con salsa”,
Emilio Vega...».
1993
—¿Cuándo pudiste tocar por vez primera con los Van Van?
—Con 15 años. Cursaba segundo año de nivel elemental cuando
me propuse aprender una técnica que se estudiaba en cuarto. Yo era muy
esforzado, muy entregado, me pasaba cuatro o cinco horas diarias, y hasta más,
con mi instrumento, pegado a los libros, preguntándole a mi hermano las dudas
que se me presentaban con las figuras musicales. En tercero, ya andaba enredado
con el doble campaneo de Changuito, que consistía en que la campana gon la
tocaba con la mano derecha; y con la izquierda hacía la contracampana del
timbalero, que lleva unos acentos. Resultaba fundamental mantener la
independencia, el control y la coordinación de los miembros para realizar esa
“proeza” en la que practicaba sin cesar. “¿Cómo tú aprendiste eso?”, me
preguntó un día. “Mirándote y estudiando”, le comenté. Descubrió que había
adelantado mucho con la técnica de redoble, que dominaba bien las muñecas.
«Una buena tarde se organizó un concierto para una empresa
en el Ferretero. Estaba Por encima del nivel (La Sandunguera) en su apogeo, se
escuchaba por todas partes. No olvido que allí se encontraba Rosa, la esposa de
Changuito, cuando llegué con mi papá. Los utileros estaban armando, al igual
que el sonidista, quien me pidió: “Samuel, toca las pailas para ecualizar” y me
puse a hacer el campaneo. Cuando rompió la actuación, como era habitual, me
coloqué detrás de Changuito. Cuando le tocó el turno al exitazo del momento, me
dio las baquetas y me dijo: “¡Toca!”. La hice de arriba abajo, con solo
incluido. No puedes imaginarte cuánto nervio sentí, no solamente porque todo
había pasado delante de mi padre, sino porque fue con Changuito como testigo,
mi maestro de la vida. Creo que a partir de entonces entré “oficialmente” a Van
Van, aunque fue un único número que enfrenté a duras penas. No obstante, todos
me felicitaron y a Rosa se le escaparon hasta las lágrimas.
«La segunda oportunidad se produjo en el parque Villuendas,
en Cienfuegos, donde me volvió a entregar las baquetas, y ya después no toqué
más por mucho tiempo, hasta que un día me fueron a buscar a la ENA. Mi padre me
había mandando a buscar con mi tío. “Samuel, tenemos un concierto en la
Covadonga y Changuito no aparece y debemos empezar”. “¿Pero un concierto? Hay
temas que no me sé, además estoy con uniforme...”. Pero la sangre no llegó al
río. Changuito se apareció justo al iniciar el primer tema y no tuve necesidad
de tocar...».
—Entonces, ¿en qué momento te conviertes en miembro de la
orquesta?
—Comencé como profesional en el grupo de Issac Delgado: una
escuela superimportante para mí, la que me preparó para el trabajo en vivo,
para el fogueo de la calle, la que me dio la experiencia, la disciplina y la
resistencia: no es lo mismo tocar una canción que afrontar un concierto, si no
estás bien preparado el tiempo va para atrás y la música se muere, no puede
haber un momento en el cual no te halles al ciento por ciento, que pierdas la
pegada. Por el contrario, a medida que avanzan las horas debes ir subiendo más.
El último tema se termina con un “aire” superalante, lo cual es bien complicado
después de un gasto considerable de energía, de sudar a mares...
«Desde el principio, Issac me pidió el doble campaneo.
Empecé tocando de pie, con las pailas, la campana doble; no teníamos bongosero
(lo que nosotros le decimos timba: caja, los tomtom, el bombo). Cuando llevaba
dos años, coincidimos las dos agrupaciones en Mayarí. Ese día los músicos de
Van Van vieron un cambio en mí. Pupy me llamó: “¡Qué bien estás! Déjame decirte
que tu papá y nosotros nos sentimos muy contentos. Ya sabemos que si por alguna
razón Changuito no está (esperamos que esté por mucho tiempo), te tenemos a
ti”. Ciertamente sus palabras fueron muy estimulantes. Todos me conocían desde
niño. En aquella época aún permanecían muchos de los fundadores. Sin excepción
se mostraron muy alegres, pero yo me sentía de maravillas con Issac: la mitad
de los músicos habían estudiado conmigo y nos llevábamos muy bien.
«Era la época en que con Issac Delgado nos pasábamos tres
meses en Cancún. A veces nos sustituía Van Van o desembarcaba Adalberto
(Álvarez), sin embargo, era Van Van la que siempre logró mejores resultados en
el Bar Azúcar Cancún, que atraía a muchos emigrados de Miami, en un período en que
no les resultaba tan fácil viajar a Cuba. Por tanto, ese espacio lo llenaban,
fundamentalmente, mexicanos y cubanoamericanos y, claro, iban también
bailadores de otros países, como Colombia.
«Andábamos por el último mes cuando Issac recibió una carta
manuscrita por mi padre en la cual le pedía que, por favor, lo ayudara; que
necesitaba que buscara un percusionista en Cuba para reemplazarme, pues tenía
que montar conmigo el repertorio antes de entrar en Cancún...».
—¿De qué año estamos hablando?
—1993. Para mí fue una sorpresa, un shock, no porque no me
sintiera preparado, sino porque era bien complicado sustituir a una leyenda. Mi
primer concierto con los Van Van tuvo lugar en el Karl Marx, en el Festival
Jazz Plaza del año 93. Jamás había visto así al coloso de Miramar: con los
pasillos absolutamente llenos. La expectativa era enorme: la gente quería ver
con sus propios ojos qué iba a pasar conmigo. Se preguntaba si sería capaz de
reemplazar al percusionista más grande de Cuba. Tata Güines tocaba conga, era
inmenso, pero Changuito tocaba de todo y excelentemente: conga, batería, bongó,
timbal...
«Todo el mundo estaba tenso, pero mi padre se mantenía
tranquilo, ecuánime: “Tú solo haz lo que sientas, encuentra tu propio estilo
sin que se extravíe la base rítmica de la orquesta. Yo no quiero que seas
Changuito, quiero que seas Samuel Formell”. Sus palabras fueron un impulso de
confianza tremendo: se trataba de respetar los códigos rítmicos, de no
violarlos. ¿Esa campana con esa contracampana es lo que va? Perfecto. ¿Qué le
puse yo? Otro bombo, una caja, un jade, un golpe aquí, otro por allá, para
enriquecer esa base, llenar esos huequitos y que no se sientan espacios vacíos.
Que la gente diga: “qué rico se oye Van Van, es una máquina, un tren”».
Mi padre me estaba preparando para entregarme su obra
artística mayor, afirma Samuel, también compositor, director musical y
productor. Foto: Iván Soca
Dos legados
—¿Cómo dirigir una orquesta como Van Van?
—A mí me tocó recibir dos legados: Changuito y Van van.
Tengo que decirlo, porque es la pura verdad: Changuito ha sido el percusionista
más creativo, más completo en la música cubana; base indiscutible de Van Van
(modificó los acentos del toque de la percusión y amplió el set al agregarle
componentes a la batería), inició este proyecto junto a mi padre y César «Pupy»
Pedroso, a pesar de que no fue el primer baterista con que contó la orquesta,
sino Blas Egües, quien además grabó el primer disco. No obstante, ya se hallaba
en la orquesta esa eminencia de la percusión cuando inició mi carrera. Sin
dudas, era el más mirado, el más seguido fuera de Cuba, aunque no había aún
internet, pero se sabía. Venían los extranjeros a verlo aquí, eso lo viví,
porque yo no le perdía de pie ni pisada.
«Como Changuito era un mito, alguien muy grande, le gente
estaba convencida de que cuando ya no estuviera, Van Van se acababa. Lo mismo
aseguraban de Pedrito Calvo. Son figuras a las que admiro profundamente, pero
los Van Van es Juan Formell, sin demeritar la parte ritmática que ha sido muy
importante en la orquesta, al contribuir a crear un sello con el songo. No
obstante, el peso mayor recayó en las composiciones. Ello explica que Pupy haya
podido conformar su propio grupo, y mantenerse, porque es un excelente
compositor.
«Juan Formell, mi padre, fue inmenso, un genio. Actuó
conmigo en vida de una manera muy inteligente: me fue enseñando desde que vi la
luz, me puso a prueba cuando creyó que era necesario, como aquella vez en que
me dijo: “no iré a la gira de Europa”. Estaba enfermo, la diabetes le atacó en
los últimos años y necesitaba de la insulina congelada, por lo cual debía
viajar con un termo. Lo podía hacer perfectamente, pero era importante verme en
ese escenario: fuera de Cuba y lejos de él. “Quiero que te vayas solo con la
orquesta a ver qué pasa en cuanto a la disciplina, porque eso también es
esencial”. Me estaba preparando para entregarme su obra artística mayor».
—Imagino que fue otro desafío cuando Formell quiso que te
convirtieras en director musical...
—Sí, otro reto grande, aunque la gente piensa que dirigir
una orquesta es fácil. Pasó casi a los 15 años de estar en la orquesta. “Tú vas
a ser director musical a partir de mañana”, me soltó de pronto. “Yo seguiré
tocando el bajo, pero no marcaré más. Es tu responsabilidad aprenderte las
marcas”. ¡Imagínate! Yo estaba más libre porque él me dirigía, sin embargo,
ahora tenía que tocar y conducir a los demás. No es solamente un ejercicio
físico, sino también mental, porque debes estar a la viva...
«Y cuando menos me lo esperaba, me puso otra precisa: “Los
repertorios son tarea tuya”. Llegábamos a un concierto fuera de Cuba y me decía
de momento: “¡Vamos, avanza!”. Las dos primeras veces me rectificó, pero a
partir de la tercera confió por completo en mi decisión.
«Con Arrasando, igual me desafió: “Te toca asumir la
producción del disco, yo solo vendré si fuera necesario rectificar algo”.
Arrasando, el tema, lo hicimos de conjunto, es el único título que tenemos
juntos el viejo y yo. Al concluir la grabación, me dio otras tareas: ordenar
las canciones para diseñar la carátula, el arte final... “Ese es tu problema”.
Pero ese “problema” significaba encontrar el equilibrio, velar por la
dramaturgia, que el disco te vaya llevando, llevando, hasta terminar con Alegría
y felicidad... Arrasando constituyó otra enseñanza. No fue un mérito mío, sino
de los Van Van en general, de todos los músicos, que aportaron a cada tema,
como de costumbre».
—Quizá algunos ignoren que tú eres también compositor de no
pocos de los temas que los han puesto a bailar...
—Es de lo que más me gusta hacer. Como regla, me siento en
el piano todos los días y trato de componer. En la trayectoria de la orquesta
existen no pocos éxitos que llevan mi firma. Somos cubanos fue mi carta de
presentación para los bailadores. Aparece en Llegó Van Van, el disco con el
cual obtuvimos el Grammy.
«Esa es otra historia curiosa: un día el ingeniero Charlie
Dos Santos, brasileño radicado en Estados Unidos, quien se hallaba al frente de
la producción, le sugirió a mi padre: “Necesito un guaguancó, algo bien
cubano”. “Pues ahora mismo no tengo nada así”, reconoció pipo. Y ahí metí yo la
cuchareta: “Bueno, yo hice un guaguancó que aún no he terminado, pero si les
parece bien me puedo apurar”, y les canté: “En mil cuatrocientos llegó Colón/ y
descubrió esta hermosa isla/ donde habitaba la raza india,/ la que con el
tiempo exterminó./ Llegó la raza africana/ y la mezclaron con la española,/
nació la mulata criolla,/ la cubana...”, A mi padre le encantó. Recuerdo que al
final el segundo coro decía: “Busca la manigua, negro cimarrón” y a él se le
ocurrió que quedara como pudieron haberlo dicho los africanos: “bruca manigua”.
Ese fue un aporte suyo, porque así siempre se ha trabajado en Van Van. Juan
Formell no fue un director individualista, de esos que se imponía y que lo que
decía era ley. Todo el tiempo nos animaba a que aportáramos, creía firmemente
en el trabajo en colectivo, en equipo.
«Después de Somos cubanos no me detuve, vendrían Chapeando,
Agua y Corazón, que lo cantó El Lele (Abdel Rasalps), al igual que Me trajo
dos: la historia de su esposa, que le dio jimaguas; Escucha mi corazón, que
defendió Mayito Rivera. Dame la luz, al que le hicimos un video y se lo
entregué a Robertón (Roberto Hernández), al igual que Yo no le temo a la vida,
el cual se encuentra en el CD La Maquinaria.
«Para un disco como La fantasía compuse Yo soy Van Van y
Todo se acabó, mientras que Al paso se convirtió en un exitazo de Legado, que
escribí en honor a mi padre. Nominado al Premio Grammy al Mejor Álbum Latino
Tropical Tradicional, ahí también se halla Yo no soy un mango, un tema en que
compartí la autoría con Alberto Alberto: él escribió parte de la letra, en
tanto el arreglo, la música y los coros son míos.
Gracias a la magia de la tecnología, el maestro Juan Formell
aparece en el disco La fantasía interpretando el tema que le da nombre.
«Dentro del repertorio de Van Van hay cerca de 20 números
creados por mí, entre ellos Un tumbao para dos, en el que invitamos a Vanessa a
que cantara cuando todavía no integraba la orquesta. Asimismo he compuesto
música por encargo: para spots, por ejemplo, como el del condón Vive, que se
vendió mucho en Cuba; o para una serie de béisbol de las Grandes Ligas...
«Con eso te confieso que he pasado mis aprietos (sonríe).
Una vez me comprometí con la Inca Kola, un refresco peruano, y no me salía de
ninguna manera. Fui corriendo a mi padre para que me sacara del apuro, porque
ya habían venido dos veces a verme y no tenía nada. “Pipo, dame algún consejo,
no sé qué hacer”. “Ah, ¿te metiste en candela con esa gente?, pues mira, ahora
mismo siéntate en el piano y cumple con tu compromiso”. Como no me quedó otra
opción, obedecí, e increíblemente todo fluyó cuando puse el primer acorde.
«Quizá ese sea un don que heredé, no solo de mi padre, sino
también de mi abuelo, Francisco Formell Madariaga, un músico extraordinario que
compuso música para ballet, para orquesta sinfónica. No lo conocí, había
fallecido cuando nací, pero me quedaba impresionado con las partituras suyas
que hallaba en casa de mi abuela. Maestro de mi padre, que a su vez fue mi gran
maestro. Por él soy el músico que soy».
—¿Y tu primera producción en solitario, sin tu padre?
—La fantasía. Muchos comentan: «pero Juanito le dejó las
canciones hechas», y no es así. Solo existía Se vende, que había grabado con
guitarra, por encargo, para la película de Jorge Perugorría, Aquí todo se
vende. Recuerdo que también estuvimos probando con Boris Luna en el piano el
tema que abre el disco, Soy Añejo, de “Mandy” (Armando Cantero), cuando se
apareció papá. Que le gustaba cantidad, nos dijo, y nos propuso algunos
pequeños cambios. Organizó el tema, que se quedó así. Para esa producción yo le
había sugerido asimismo retomar números de los 70 y los 80, que eran
desconocidos para la juventud (tienen ya 30, 40 años), con el objetivo de
traerlos a la actualidad con aires renovados, con lo cual estuvo de acuerdo.
«Te cuento que conversando le comenté: “Papá, me dices que
el disco se llamará La fantasía; tenemos escogidos los temas y empezaremos a
grabar en un mes, pero no existe ninguna canción que justifique ese nombre”.
“No te preocupes, me tranquilizó, que eso lo hago en tres días, ahora no tengo
nada en la cabeza, pero a mí se me ocurre algo”. Mas nunca lo hizo, o eso
pensaba yo...
«¿Por qué La fantasía? Él había viajado a Estados Unidos por
la nominación al Grammy Latino que había conseguido La Maquinaria (Egrem y
Acdam) como Mejor Álbum Tropical Contemporáneo, y quiso llevarse consigo a su
esposa, y regalarse la oportunidad de disfrutar juntos de espectáculos de magos
famosos, en los que se hace gala de montajes tecnológicos fastuosos que uno ni
siquiera cree que puedan existir. Y se quedó con que lo visto en Las Vegas
había sido una gran fantasía: gente en el aire volando, y cosas de ese tipo...
Regresó impresionado.
«Y mira lo que es la vida. Mucho tiempo antes, me había
llamado por teléfono para decirme: “Mi chama, localiza a Boris y a Arnaldo
(Jiménez), el bajista, que mañana iré para allá con un tema que le hice a Luna
Manzanares”. Él había quedado impactado con ella cuando la conoció en una
premiación de la Egrem en el Teatro Nacional. Le encantó: le encantó como
mujer, como cantaba, se “enamoró” de ella. Se le acercó: “¡Qué lindo cantas!
Escribiré una canción para ti y Falcón (Alejandro)”, y Luna dijo sentirse más
que honrada, feliz. Un encuentro muy bonito.
«Papá vino a mi casa, nosotros nos encargamos la base en
nuestro estudio y él se quedó solo para grabar la letra. Se despidió: “Me voy,
ya tengo el disco para mandárselo a Luna Manzanares”, pero murió.
«Yo nunca había escuchado la letra, pero el grabador hizo
que reparara en ella. “Mi mujer y yo escuchamos todos los días lo que tu papa
hizo para Luna Manzanares. ¡Qué clase de canción!”. Era un tema para ser
defendido por una mujer, pues habla de teclas a colores: un piano donde el Do
era rosado, y el Re azul... ¡Todo es una fantasía!
«No pude evitarlo: rompí a llorar, porque era como un
regalo. ¡Ahí estaba nuestra canción! Entonces llamé a Pancho (Efraín Chibás):
“Coge esta voz (la teníamos en una pista separada), hazle un arreglo con el
piano y ponle unas cuerdas. Quiero algo bien lindo para el viejo, como si él
estuviera cantando conmigo”. Así se hizo.
«La fantasía se atrasó un poco y comenzamos a grabarlo
realmente a los cinco meses de haber fallecido mi padre. Realizamos un trabajo
muy bueno, te juro que nunca pensé que quedaría nominado al Grammy
norteamericano (segundo disco en la historia de Van Van con ese
reconocimiento). Creo que fue un logro, sobre todo porque mi padre ya no estaba
físicamente entre nosotros».
—Hasta esa fecha, Van Van acumulaba siete nominaciones al
Grammy Latino y dos al norteamericano, solo que La fantasía tiene la
peculiaridad de que salió bajo tu director general.
—¿Qué puedo decirte? No me lo esperaba. Tal vez por esa
razón lo siento como un regalo muy grande para mí y, por supuesto, para mi
padre.
Y sigue ahí
—Transcurrieron dos años y hubo una preocupación de que no
llegara a realizarse finalmente ese disco que anunciaste ibas a producir tras
La fantasía...
—Sinceramente, hasta de mis músicos, para qué lo voy a
negar. El mismo Alexander Abreu, que es mi hermano, me llamó un día a lo
cortico: “Todo el mundo está preocupado porque piensa que Van Van no tiene
nada”. “Estoy fajao, le aseguré, pero pierde el cuidado que yo haré un disco
con todas las de la ley; tú sabes cómo yo trabajo: para mí de cero a 99 está
mal, cuando me involucro en un proyecto es porque habrá un ciento por ciento de
calidad”. Pero él no estaba muy convencido, así que, como a la semana, volvió a
caerme encima. Lo traje al estudio y le puse la maqueta (sin los cantantes) de
Al paso. Cuando lo oyó, se levantó y me dijo: “ya no estoy preocupado”. Y ahí
está, no es mentira: cuando El Lele anuncia ese tema y solicita los coros, lo
canta desde el primero hasta el último.
«Estuvimos en Bayamo donde me encontré con una muchacha de
16 o 17 años. Era un piquete que quería tirarse fotos con nosotros. “Yo tengo
aquí música de los Va Van”. “¡¿Sí?!”, me extrañó un poco. “Si ustedes nada más
que escuchan reguetón”, la provoqué. “Sí, yo oigo reguetón, pero mira para que
tú veas”, y me puso Al paso, mientras todos la coreaban. ¡Qué increíble, ¿no?!
«Legado, en el que asumo la producción musical y la
dirección general, ha sido muy bien recibido por la juventud, que baila no solo
con Al paso, sino también con Vamos a pasarla bien, de El Lele; Vanvaneo, de
Robertón; con el Mala malita (Culpable de nada), que escrito por Jorge
Leliebre, canta Vanessa; y también con Amiga mía, de Mandy. Los 14 temas han
funcionado de maravillas. Legado se pensó mucho. Con él se reconoció realmente
mi trabajo. Para mi sorpresa lo nominaron también al Grammy Awards. Quiere
decir que el resultado es positivo, que la orquesta ha ido en ascenso,
intentando conquistar a esas nuevas generaciones que la música urbana nos ha
“arrebatado”».
Amiga mía fue un hit de Van Van que Mandy Cantero trae de
nuevo para que sea descubierto por los jóvenes.
—Hablas de tu hermana Vanessa y me viene a la mente cuando
la gente puso en duda si la voz femenina funcionaría...
—Bueno, ese idea trajo problemas de discusión muy fuertes,
muchas opiniones encontradas porque la gente no lo entendía. Mas mi padre
consideraba que de vez en vez había que arriesgarse. “El cambio es criticado,
pero hay que dejar que pase el tiempo. Cuando le entregas un buen tema, no
importa si es mujer u hombre, puedes estar seguro”, me aleccionaba.
«Esas mismas dudas surgieron con Mayito al principio. Con
Yeni (Yenisel Valdés Fuentes) él se quedó impresionado cuando la escuchó cantar
con NG La Banda. “¿Sabes qué? Voy a hablar con El Tosco (José Luis Cortés) para
que me la dé”. “¿Estás hablando en serio?”, fue lo que se me ocurrió expresarle.
Y lo hizo. “¿Tú me la das? Yo no me la voy a robar, te la estoy pidiendo”, lo
convenció.
«Yeni se incorporó con otra visión de asumir la música
cubana, diferente a Van Van. El de Punta Brava fue su tercer concierto con
nosotros, mas parecía que aún no se había marchado de NG, por la forma en que
se dirigió al público. Me acuerdo que Mayito habló con mi papá: “Coño, Juanito,
todo el mundo en la calle dice que Yeni no tiene que ver con los Van Van. Por
favor, dásela a El Tosco otra vez”, y mi papá le pidió un voto de confianza:
“Tranquilo, déjame hablar con ella”.
«La llevó para la casa, la sentó y le dijo: “Voy a crear
para ti una versión de un tema que le hice a Mirtha Medina, Después de todo, yo
creo que ese número te pondrá en un plano en el que nunca has estado. Esto no
es cantar con guapería, sino cantar bonito, con clase, expresar tus
sentimientos”. Y Yeni lo entendió.
«Te puedo afirmar que Después de todo se halla entre los
temas más conocidos de Van Van en toda América, un hit indiscutible. Lo demás
es historia antigua: ya conoces el extraordinario recorrido de la carrera de
Yeni con nosotros; sus grabaciones son magníficas y grande el amor que le
profesa a la orquesta, a mi padre, pero se enamoró y decidió tomar otro rumbo.
«Probamos dos o tres cantantes, y en alguna vimos
condiciones, sin embargo, no quedamos convencidos del todo. Entonces me vino a
la mente Vanessa en Un tumbao para dos, ella había grabado Una nueva ilusión,
su disco con RMM Records, la reconocida compañía de salsa que había reunido en
su catálogo a Celia Cruz, Marc Anthony, Oscar de León, Víctor Manuelle... Entró
como sustituta de la India y lo consiguió gracias a un casting que convocó
Ralph Mercado.
«Dos golpes duros le vinieron encima: RMM se declaró en
bancarrota y cedió su catálogo a Sony Music, al tiempo que su esposo, el padre
de mi sobrino, sufrió dos infartos cerebrales con 45 años y hasta hoy,
prácticamente, no hemos podido contar nunca más con él. Vanessa detuvo por
cuatro años su carrera para poder atender a los dos, hace un tiempo decidió
retomarla.
«Me sentí superfeliz cuando constaté lo bien que la
recibieron en Cuba, lo cual era lo más importante para nosotros, y después la
probamos en todas aquellas plazas donde Yeni había sido adorada, como la Feria
de Cali. En el primer concierto, jamás lo olvidaré, había cerca de 100 000
personas y muchos policías para controlar que nada fuera a pasar. A la hora de
cantar Después de todo, Vanessa le contó a aquella multitud: “ustedes conocen
mucho esta canción por una gran cantante, pero debo decirles que quien primero
la cantó fue mi mamá. Se la escribió mi padre esperando recuperarla después del
divorcio”.
«Cuando terminamos el concierto nos dirigimos hacia la
guagua, pero de pronto nos dimos cuenta de que faltaba Vanessa. Al regresar
para ver qué había sucedido, la encontramos firmando autógrafos y
fotografiándose con los guardias. Entonces una amiga nos aseguró: “Entro por la
puerta ancha, todo el mundo está enamorado de Vanessa”. Y no mintió: en ese
lugar ella es una estrella. Ha sido una bendición también familiar, porque mi
papá quiso que Vanessa formara parte de Van Van. Él siempre soñó unir a sus
hijos».
Vanessa Formell en Culpable de nada, uno de los éxitos del
disco Legado. Video de Asiel Babastro.
—¿Y cuántos hijos tuvo Formell?
—En total seis: tres hembras y tres varones. Al más
chiquito, Lorencito, que cumplió seis años el 24 de febrero, lo dejó con meses
de nacido; Paloma, que estudió piano y se graduó, vive en México; Vanessa es
del matrimonio con Mirtha Medina, mientras que Eliza, Juan Carlos y yo somos
del primer matrimonio.
«En la orquesta está Juan Carlos, con el bajo. Vivió casi
por 20 años en Estados Unidos y al morir nuestro padre le pedí que viniera
conmigo. Recuerdo que el día que Víctor Mesa lo oyó por primera vez en La
Tropical me dijo: “Tu hermano es Juan Formell: el mismo bajeo, su retrato”.
¡Por supuesto!: él aprendió al lado de mi papá, con las mismas técnicas, solo
que emprendió su propia carrera porque también es una “fiera” con la guitarra y
un tremendo compositor, demostrado en temas como Bótalo y guárdalo incluido en
La fantasía, cantado por El Lele; Control, que se conoció en La maquinaria en
la voz de Mayito Rivera; y La historia de Tania y Juan, con el que Ángel Bonne
cierra Disco Azúcar».
El primer tema que cantó Vanessa con Van Van fue Un tumbao
para dos, compuesto por Samuel, cuando aún no formaba parte de la orquesta.
Sin una mancha
—¿Cómo se comporta la salud de Van Van con 50 años?
—¡Impresionante! Por sus músicos y por la música que
cultivan, que continúa siendo respetuosa con el legado de Juan Formell. Puede
venir cualquiera con un tema, que si no es nuestro estilo, le digo: «Mira, yo
te lo puedo transformar, pero así no suena Van Van».
—El año pasado se materializó un antiguo anhelo: el Festival
de la timba Por siempre Formell. ¿Hablamos de un evento que se quedará?
—Ese es el propósito, de hecho tenemos previsto que la
segunda edición se desarrolle del 23 al 25, en septiembre, el mes en que el que
pensamos desde el inicio. Lo hicimos en agosto para celebrar los 50 años de Van
Van y en memoria a Juan Formell (se develó una tarja conmemorativa) pero
la lluvia nos traicionó, mientras que
por las giras de verano en Europa, no pudimos contar con agrupaciones como la
Revé y Havana D'Primera, a las que extraños verdaderamente.
«En esa época del año en que queremos convocar el evento,
por lo general las orquestas están en Cuba. Considero que debemos poner todo
nuestro empeño para mantener nuestro género musical activo, con el apoyo del
Ministerio de Cultura, el Instituto Cubano de la música, Artex, Egrem, los
medios de difusión...
«Ha sido muy inteligente por la parte de Musicalia y de
Maykel Blanco organizar el Festival de la salsa en Cuba. El concierto que
ofrecimos el año pasado en Infanta y Malecón consiguió una asistencia
fenomenal: más de 100 000 personas, lo cual nos dio la medida de que todavía
seguimos en un buen momento, mas la música cubana en general no podemos seguir
dormida en los laureles.
«Uno se pone a observar lo que sucede en Estados Unidos, por
ejemplo, y aunque suene con fuerza el trap y el reguetón, los conciertos de
rock, pop, jazz, country..., continúan reuniendo a miles de personas, porque se
han respetado los géneros musicales. Yo creo que nos beneficiaría mucho que
exista una emisora de radio en la que se transmita nuestra música cubana de
ayer, de hoy y de siempre, durante las 24 horas del día, tanto la de Benny
Moré, la Aragón, Barbarito Diez y Celia Cruz… como la de Van Van, Irakere,
Adalberto, los septetos, los cuartetos, tríos, dúos... Es tan rica, tan
bonita... Y luego me pregunto: bueno, ¿y los que no tengan un equipo con qué
bailan un 24 de diciembre o en su cumpleaños?
«Cuando los peruanos y colombianos viajan a la Isla (parece
que en sus países se consume nuestra música más que aquí, pues la oyes en la
radio, en las calles, por todos lados) se quedan asombrados: “Qué cosa más rara
que en Cuba haya emisoras de música cubana”, se quejan. Por el contrario, los
tienen todo el tiempo bombardeados por la foránea o por reguetón, como si en
esta tierra no hubiera una diversidad impresionante».
—¿Cuál es tu papel en la cátedra Formell?
—La cátedra se inició el curso pasado, aunque por cuestiones
constructivas en el ISA aún no cuenta con un local habitable para poder tener
allí nuestra música, dictar conferencias, llevar adelante los programas a
partir de la manera como Juan Formell revolucionó la música al combinar el son
con elementos del rock y del jazz para crear el songo; o al fundar el primer
grupo en el mundo de música bailable que incluye una batería, lo cual, por cierto,
fue por influencia de mi madre.
«Te cuento: cuando mi papá se fue de la Revé con la idea de
armar su propio proyecto, mi mamá lo instó a crear otro formato. “¿Por qué no
pones un bajo eléctrico? Una guitarra eléctrica, batería, una organeta...”.
“Pero eso ya sería un grupo de pop rock”, le ripostó él. “Eso mismo, pero con
tu idea de la música cubana”. Así surgió Van Van: en ese parto mi mamá tuvo
mucho que ver.
«Pues bien, el objetivo de esta cátedra es enseñar a los
músicos graduados los aportes, la contribución de Juan Formell y los Van Van al
patrimonio musical cubano; mostrarles su forma de componer, las armonías; los
toques del bajo, sus arreglos… Él sabía que la base era lo más importante, el
cimiento, mas jamás descuidó los adornos del edificio: los trombones, los
violines, la flauta... Permanecía atento a lo nuevo que salía, una vez le llamó
la atención cómo se utilizaba el teclado en una canción de Lady Gaga; era
solamente un detallito, pero que cuando lo llevaba a sus arreglos le daba un
toque especial».
De izquierda a derecha: Robertón (Roberto Hernández), El
Lele (Abdel Rasalps), Samuel Formell, Vanessa Formell y Mandy (Armando
Cantero).
—Muchos bailadores esperaban un disco doble con los éxitos
de todos los tiempos de Van Van...
—Estuvimos hablando con Mayito (Mario Escalona, director
general de la Egrem) y llegamos a la conclusión de que un doble era demasiada
música, que se iba a «quedar», y lo que deseamos es que la juventud la asimile
de a poco, que la vaya haciendo suya. Estamos contentos porque con el disco
Legado comprobamos que ha llegado un público nuevo, juvenil; lo constatamos en
nuestros conciertos. Sabemos que hemos ganado otra generación, gracias a que
Van Van ha evolucionado sin perder su sello.
«Mi papá siempre tenía presente que había que ir al lado de
las generaciones, una premisa que no extraviamos en Legado. Pero también hay
una verdad absoluta: la música que hizo el viejo desde los años 70 era tan
adelantada, que ahora escuchas el Popurrí que hoy todos cantan, incluidos los
jóvenes, y a muchos les cuesta creer que esos temas se compusieran en el siglo
pasado. Es decir, ¡funcionan perfectamente!
«Ya nos sucedió en el disco anterior y Amiga mía: la mayoría
de la gente pensaba que se trataba de un estreno. Los muchachos de 18, 20 años
que me preguntaba: “¿de quién es?, ¿es nuevo, no?”, y yo tenía que aclararles:
“no, esa canción es de los años 80, de Juan Formell”. “¿Pero cómo de los 80 si
en ese momento no había internet y ustedes dicen: conéctate...”. Ah, porque la
actualizamos. Cuando oyes la canción te percatas de que admite ese plus.
«De ese modo estamos trabajando cada tema que queremos
recuperar para el disco de los 50. Serán en verdad dos producciones, no un
doble, que recogerán los grandes éxitos, los más emblemáticos, sobre todo
pensando en ese público nuevo que de seguro disfrutará mucho conocer esta
música, esos hits al estilo de El buey cansao, Sandunguera, Anda, ven y muévete,
Se muere de sed la tía, Resolución, No es fácil, el Popurrí de los 70, que no
aparece en ningún CD que se haya grabado en estudio oficial...
«A esos muchachos de hoy les resultará muy interesante escuchar a Formell cantando A través de mis
canciones, que recogimos mientras lo tocaba con la guitarra para el DVD que se
filmó en el Karl Marx, Van Van 40, dirigido por Ian Padrón. La “magia” ahora se
está haciendo posible porque teníamos las pistas separadas, lo cual nos ha
permitido aprovechar la voz para hacerle un acompañamiento a piano y, si
podemos, le pondremos también unas cuerdas.
«Será algo así como mi padre diciéndonos: “a través de mis
canciones creo haberlos conocido...”. Es un tema muy lindo de los 70, tipo
balada, filin, que él nunca había interpretado en vivo, pero que lo cantaba con
frecuencia en las descargas familiares... Así que, como ves, seguimos
enfrascados en esta producción, que ya está a punto de terminarse».
—Samuel, cuéntame de tu familia, ¿cuántos hijos tienes?
—Uno solo, pero rinde por diez (sonríe). Es mi orgullo. Un
muchacho muy exigente, músico también, graduado ya de la ENA, ahora estudia
composición en el ISA, primer año. Heredó de mi hermano y de mí las ansias por
aprender, la constancia, siempre está preguntando para no quedarse nunca atrás.
Me hace muy feliz.
«Además de mi hijo, aquí están los sobrinos (uno estudia
percusión), y mis hermanos Juan Carlos, Eliza y Lorencito; Vanessa se está
repatriando. Paloma sigue en México con su mamá. Somos una familia muy unida; hasta
la viuda que dejó mi papá es parte de ella: una persona muy alegre y natural».
—Cuando empezaste en Van Van se corrió una bola de que eras
un «mala cabeza», que estabas ahí porque eras hijo de Juan Formell. ¿Fuiste
realmente un muchacho tan jodedor?
—Mala cabeza no he sido. Fuimos jóvenes y no nos
acostábamos, seguíamos en fiestas, esas cosas de la juventud, pero, al mismo
tiempo, muy responsables a la hora que había que estar en un ensayo. Eso lo
aprendí de mi papá: “Tú eres el único que no puedes llegar tarde aquí”, me
repetía. Una vez me quedé dormido y me regañó como si yo fuera el peor músico
de la orquesta. Pasó una sola vez.
Portada de Legado, nuevo disco de los Van Van.
«Ya suman 27 años en la orquesta sin una mancha, pero,
además, en ascenso: como músico, compositor, director musical, productor,
director general. Legado demostró que, efectivamente, su legado está vivo y en
mí, en la familia, en esos músicos que también lo son. Por ese disco he
recibido las felicitaciones más grandes. “Ya no estamos preocupados, me dicen.
Sabemos que tenemos un buen director para Van Van, que además le puede aportar
a Van Van”. Y ahí estamos, 50 años después, defendiendo a capa y espada a la
Isla de nuestros amores, porque Van Van es el pueblo de Cuba; su insignia. Aquí
siempre, sin podernos alejar de los bailadores más fieles del mundo, de nuestra
razón de ser.
«Ya lo asegura Legado opening: Traigo el legado de mi songo
y de mi tierra./ Somos Van Van porque Formell nos dio la esencia./ Con tanto
brillo no hay casualidad,/ hoy somos una insignia nacional./ Son los que se
fueron,/ somos los que están:/ Somos Van Van».